miércoles, 4 de julio de 2007

DESDE EL ASTEROIDE V.De C.6 del 2007, en la galaxia de la educación y el verano

Hubo una vez un campamento juvenil en La Vecilla de Curueño con cuarenta y dos niñas y niños, algún padre, alguna madre y monitores, que había llegado al norte de León en autobús desde Alcalá de Henares. A todos indefectiblemente les ocurría lo que dice Cortázar del cronopio pequeñito: “buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta”. En el campamento de La Vecilla de Curueño se trataba de encontrar esa llave, en un asteroide rodeado de un circo de montañas y con un precioso río sombreado por chopos.

Un estrecho y fresco camino conducía al río. En los bordes de la vereda, enredadas entre zarzamoras florecidas, había ramas de árboles desprendidas del tronco, pequeñas y grandes, aún dóciles algunas porque seguían verdes, otras ya casi secas, apenas sin juego para arquearse; en fin, las había tiesas, rígidas, incapaces frente a cualquier ejercicio de flexión de otra cosa que chascar y astillarse.

El grupo del campamento, a través de sencillas maniobras habituales como recoger, amontonar, repartir, doblar, atar, sujetar, colgar, aplicadas al arte de pensar, estudió plásticamente hasta dónde la materia y el espíritu son flexibles, dónde está el punto en que las relaciones prosperan o, en cambio, se rompen y el acuerdo y el futuro son imposibles. La rama verde aún, en las manos infantiles, juveniles y adultas del grupo de cronopios acampados, que buscan la llave de la puerta que se precisa para salir a la calle, era como la vara del zahorí que investiga dónde está la señal a partir de la cual el diálogo mana suave y las relaciones entre amigos, novios, padres, madres, hijas, hijos, maestras, monitores... producen hermosos bucles, ondas, lazos de llave, giros, que permiten abrir la puerta de la casa cerrada de uno mismo para llegar a la calle donde prospera la comunicación.

En el estrecho y fresco camino que conducía al río, se recogieron y adoptaron las ramas tumbadas, y como antes del cauce había una pradera (precioso, amplio y ventilado estudio de artista sin techo ni límites), en ella se empezó a construir la obra colectiva que, desde las estribaciones Sur de la cordillera Cantábrica, un grupito de cronopias y cronopios complutenses piensan exponer durante el próximo curso en Alcalá de Henares sobre el Arte de Entenderse.

RAFAEL TORRES Y MERCEDES GUTIÉRREZ (LOS NAVEGANTES DEL PALOMAR)

martes, 3 de julio de 2007

CRÓNICA DEL SÁBADO 30 DE JUNIO

Ufff, hemos madrugado mucho. Hay que guardar todo en la mochila, asearnos, sacar las maletas de las habitaciones, desayunar y limpiar las habitaciones (por cierto, hay mucho despistado en el campamento que se va dejando prendas de vestir por ahí, hemos llenado el baúl de los objetos perdidos).
Después llevar todo al autobús, cargar y marchar en dirección León.
Y ¿por qué León , si vivimos en Alcalá?
Porque León es una ciudad preciosa que hay que descubrir y conocer y para ello, la coordinadora había preparado una gymkana por la ciudad, para no perdernos ni un detalle.
El grupo de pequeñitos (4-6 añitos) decidió no salir a realizar las pruebas y tener una mañana más tranquila en San Marcos y el paseo de Papalaguinda, por que el trayecto era muy largo.
Y los chicos, con sus educadores comenzaron a descubrir las pistas, muchas veces antes que la coordinadora pudiera depositarlas en los lugares previstos. Corrió, corrió después de dejar a los pequeños que varios grupos se juntaron. Pero para recibir la prueba era importante ir todos juntos, pedir ayuda a los viandantes, dar las gracias y no correr por el casco histórico.
Al final, foto de familia con los carteles de Campamento CAJE graffiteados por el experto: Adrián. Gracias.

Un picnic en el parque Quevedo, un descansito breve y vuelta al autobús, en esta ocasión, si que si para volver a casa, al reencuentro con los padres. A que el equipo CAJE entregara a cada familia su hijo o hija en perfectas condiciones, muy cansadito, quizás con las ropas algo desaliñadas, pero cada familia al completo con las orejas abiertas para escuchar las aventuras de estos ocho días, que un equipo de CAJE: educadores, monitoras, padres y madres han hecho posible.

Gracias por haber hecho posible el campamento por vuestra presencia y apoyo.

CRÓNICA DEL JUEVES 28 DE JUNIO

Un día de piscina, de juegos, de talleres, de creación.

Rafael Torres y Mercedes Gutiérrez , artistas de "Navegantes del Palomar" nos visitaron en el campamento, pero no sólo vinieron de paso, se quedaron, viajaron con nosotros en nuestras excursiones, participaron en nuestras fiestas y juegos, comieron codo a codo en nuestro comedor. No sólo eso, nos trajeron una experiencia nueva que los niños catalogaron como el juego de los palos.
Recogimos palos a nuestro camino por Santa Catalina, hicimos arte con ellos. La explicación de toda esta propuesta la han escrito los propios artistas y la colgaremos aquí en el blog, para vuestro conocimiento y de los lectores del Diario de Alcalá.

Si queréis saber algo más de ellos:
http://www.quadraquinta.org/losnavegantesdelpalomar/
http://www.diputaciondevalladolid.es/arte_valladolid/1/351/artista.shtml

y podréis entender mucho más si véis las fotos del día 28.

Ahh, se nos olvidaba. Por la noche , velada astronómica.
Todas y todos bajamos al prado más alejado del campamento, donde menos farolas y luces del albergue nos deslumbraran.
Una luna preciosa nos acompañaba en el camino.
Extendimos cada uno mantas en el suelo y fuimos acostando a los más pequeños primero, medianos y mayores después, padres y madres incluidos, tapándonos después con más mantas que abrigaran el frescor de la noche.
Allí, Tamara nos leyó el cuento de la niña que coleccionaba estrellas, que al final de este mensaje, copiaremos.
Y después Ana nos enseñó las constelaciones, estrellas, galaxias, nombrando con formas y señalando en el cielo aquello que percibíamos (hasta satélites, según algunos).
Los más pequeñitos enseguida se fueron al séptimo cielo de los sueños y los monitores y los más mayores tuvimos que ayudar a llevar a los peques a las habitaciones.
Angelote señalaba al cielo las estrellas más brillantes, señal de que a pesar de ser pequeños, tienen mucha sabiduría y saben expresarla.
Los más mayores tuvieron su noche de juegos nocturnos en el exterior del albergue, a pesar de la larga madrugada que tuvieron al salir a correr por los alrededores del pueblo.


La niña que
coleccionaba estrellas

MIGUEL sabía que no lo iba a pasar bien aquel verano. Mientras llegaba a sus oídos el traqueteo de las maletas a lo largo del pasillo, se acordaba de aquel día en que sus padres le habían comunicado la fatal noticia. Y es que aquellas vacaciones iban a ser diferentes. «En la montaña, para que aprendamos a gozar de la naturaleza lejos del alboroto y del vértigo». Así se lo habían explicado, como si tan sencillo fuera de comprender. Miguel, desde luego, no lo entendía. ¿Tantos años yendo a aquella playa bulliciosa, disfrutando de la diversión sin fin, y ahora tocaba perderse en el campo? Cuando sus padres le pidieron que se apresurara, no supo sino soltar un bufido.
El viaje resultó de lo más monótono. Sólo cuando llegaron a las montañas consiguió Miguel salir de su apatía. Se sorprendió de los paisajes que inundaban su ventana (tan salvajes, tan infinitos), pero no pudo dejar de pensar en el aburrimiento que le aguardaba a su llegada. Cierto era que nunca había imaginado que existieran lugares así de bellos a tan pocos kilómetros de su ciudad. Era tarde, sin embargo, para ilusionarse. El pesimismo ya le había invadido.
Un viejo caserón de piedra. Así era el lugar donde iban a alojarse aquellos días de julio. Lo regentaba una mujer, todavía joven, que los recibió con una sonrisa, abierta y sincera. Miguel conservaba su mohín de disgusto.
–¡Qué chico tan guapo! ¿Cuántos años tienes?
–Quince –comenzó él, para a continuación aclarar, bien henchido, que estaba a punto de cumplir dieciséis veranos.
–¿Sabes que mi hija también tiene quince años? ¡Podríais ser amigos! ¿Por qué no vas a buscarla?
–Bueno...
–¿Ves aquella pradera, al otro lado del arroyo? Seguro que la encuentras recostada bajo alguno de esos árboles.
Miguel pensó entonces que cualquier cosa era mejor que encerrarse con sus padres en aquella casona antigua y solitaria. El día empezaba a declinar, así que decidió buscar a aquella chica antes de que anocheciera del todo. Se dirigió hacia el puente de madera, cruzó el riachuelo y se encontró frente a una enorme pradera de hierba fresca y limpia. A los pies de un esbelto árbol, como ausente, yacía tumbada la niña, que lo vio y lo invitó a acercarse.
–¡Hola! ¿Qué haces? –preguntó él, como quien no sabe qué más decir.
–Voy a coleccionar estrellas.
–¿Coleccionar estrellas? ¡Eso es imposible!
–¿Cómo sabes que es imposible? –ella lo miraba, entre sorprendida e inocente–. ¿Alguna vez lo has intentado?
–No –a Miguel, la conversación le estaba pareciendo de lo más absurdo.
–Túmbate a mi lado entonces, que te voy a enseñar. ¿Cómo te llamas?
–Yo, Miguel. ¿Y tú?
–Nashira.
–¿Nashira? ¡Ése no es un nombre de verdad!
–¡Dices demasiadas veces «no», Miguelito! Ahora, recuéstate y espera en silencio a que oscurezca.
Miguel se sentía aturdido, desconcertado. No estaba acostumbrado a que le trataran de aquella forma, tan desenfadada y natural al mismo tiempo. Aquella chica (que, con seguridad, no se llamaba Nashira) había incurrido en un minuto en las tres actitudes que a él más le molestaban: le había llevado la contraria, le había dado órdenes y, sobre todo, le había llamado «Miguelito». Eso le ponía de los nervios. Sin embargo, no conseguía enfadarse. Antes bien, se tumbó bajo el árbol e hizo caso a su extraña amiga dócilmente.
Pasaron cinco minutos juntos, en completo silencio. Nashira, con los ojos cerrados y esbozando una tierna sonrisa. Miguel, confundido e incómodo. Él trató de articular una frase inteligente para salir del paso:
–Nunca pensé que el silencio pudiera ser tan ensordecedor.
Ella, que lo había notado tenso, respondió:
–Si te molesta el silencio, es porque lo estás oyendo, pero todavía no has aprendido a escucharlo.
–No dices más que tonterías, niña. ¿Cómo se va a poder escuchar el silencio?
Pero Nashira no respondió. Miguel, ya cansado, dejó su preocupación a un lado y, poniéndose cómodo contra el tronco, abandonó la mente. Al cabo de unos minutos, sin quererlo, empezó a sentir. Se percató del suave rumor del arroyuelo a su paso por el meandro y de los últimos gorjeos de los pájaros. Notó cómo la tenue brisa acunaba a la copa del árbol y, sorprendido, percibió los latidos de su propio corazón. Cuando volvió a ser consciente de dónde estaba, hacía varios minutos que el naranja del crepúsculo había dejado de lucir en el valle. La noche reinaba y Nashira, a quien ya no podía ver, comenzó a explicarle cómo coleccionaba estrellas:
–Llevo casi un año tendiéndome bajo este árbol todas las noches y contemplando el firmamento. Al principio, me gustaba mirarlo nada más, esperando sólo disfrutar de su belleza. Luego empecé a pensar que había demasiadas estrellas en el cielo y deduje que, a buen seguro, cada persona tendríamos una para nosotros. Y así empecé a coleccionar estrellas. ¿Ves aquella? –Nashira le guió con la palabra–. Aquella es la primera de mi colección. Es la estrella de mi mejor amiga, que se marchó a la ciudad hace unos años. Cuesta mucho de encontrar, como mi amiga, que no paraba quieta. Pero siempre está ahí en los momentos importantes. Como éste.
Miguel se sonrojó en la penumbra. Nashira continuó:
–¿Y aquella? Aquella es de mi abuelito. A nuestros ojos, parece intermitente. A veces brilla, a veces se apaga. Mi abuelito quería mostrarse siempre eufórico, pero estaba enfermo y, de cuando en cuando, le fallaba el ánimo. Como a esa estrella, que tanto me gusta. Sobre todo porque sabe cuándo brillar y cuándo coger fuerzas para poder seguir dando luz.
–¿Y tu madre? ¿No has guardado una para ella?
–¡Claro que sí! ¿Ves aquella, la que tanto resplandece? En ocasiones consigo verla incluso cuando se interpone alguna nubecilla. Siempre da luz, siempre me alimenta.
–¿Y tú?
–¿Sabes? Nashira es nombre de estrella. Así se llama una de la constelación de Capricornio. Yo no sé encontrarla, porque no sé nada de astronomía, pero me gusta pensar que es aquella –Miguel fue guiado de nuevo–. Su resplandor es débil, pero hay momentos en los que se llena de luz y brilla con fuerza, iluminando a las estrellas que hay a su alrededor. Son instantes breves, pero mágicos. Quizá, con un poco de suerte, logremos contemplar hoy alguno.
Miguel, que cada vez se sentía más a gusto, preguntó:
–¿Y yo? ¿Puedo yo tener también mi propia estrella?
–¡Claro que sí, tonto! Todos tenemos nuestra estrella. Además, ¡así añado otra a mi colección! ¿Cuál te gusta?
A Miguel le llamó la atención una que brillaba con gran intensidad y la escogió. Y así pasó la noche primera.
Nashira y Miguel siguieron viéndose bajo el árbol durante todo el mes. Coleccionaron muchas estrellas, pero también conversaron, rieron, juguetearon, se abrazaron... Ella se sentía feliz, llena de vida. Él había olvidado por completo su disgusto y sólo ansiaba que llegase la noche para encontrarse con su amiga y disfrutar del firmamento. Nashira le estaba enseñando a gozar con las pequeñas cosas, a mirar con otros ojos el mundo que se abría su alrededor, a dejar volar la imaginación y a sonreír como nunca antes lo había hecho. Jamás había conocido a una persona tan llena de vida, de ésa que merece la pena vivir. Algunas veces se había sorprendido a sí mismo contemplándola con ternura, mientras recordaba cómo la había retratado cuando su madre le había hablado de ella: como una muñequita de porcelana, con los rizos dorados al sol cayendo sobre sus hombros. Así era siempre en los cuentos. Pero Nashira no era tan guapa. Poseía, sin embargo, una belleza indescriptible. Sus ojos miraban intensamente, su sonrisa rezumaba sinceridad. Había amor en ella. Él empezaba a sentirlo.
Cuando llegó el día de la despedida, Miguel no podía contener su tristeza. Junto a Nashira había conocido lo que era disfrutar, lo que era sentir, lo que era gozar, lo que era reír y lo que era llorar. ¡Cuánto iba a echarla de menos! De camino a la pradera, a la que iba a ser su última noche juntos, sintió que necesitaba decirle que la quería, y comenzó, casi inconscientemente, a preparar un sencillo y torpe ramo de margaritas. Estaba a punto de llegar al árbol cuando, temeroso, decidió tirarlo al suelo. «El verano que viene volveremos a vernos y estaré más seguro de que no voy a meter la pata», pensó. Sonriendo, disimuló y se recostó a su lado. Juntos y en silencio contemplaron las estrellas por última vez. Al despedirse, Nashira le dijo:
–No dejes de mirar las estrellas cuando regreses a casa.
–¿Cómo voy a hacerlo? En la ciudad no se ven las estrellas.
Ella calló y, deslizando un papel por el bolsillo de Miguel, lo besó y desapareció en la penumbra.
A la mañana siguiente, Miguel y su familia partieron de aquel lugar mágico. Miguel no vio aquella mañana a Nashira en el caserón y se puso muy triste. Al entrar en el coche y llevarse la mano al bolsillo, reparó en el papel que había olvidado leer la noche anterior. En una delicada hoja, se leía una frase escrita con preciosas letras góticas:
«Que no veas algo, no quiere decir que ese algo no exista.»

MIGUEL no dejó de pensar en Nashira y en sus palabras durante el invierno. A menudo se escapaba de noche al parque para tratar de contemplar las estrellas. Descubrió que desde la ciudad se podían ver más de las que pensaba. Eran pocas, pero él siempre pensaba que su amiga seguía, desde la montaña, guardando su colección.
Pasaron los meses y el verano no faltó a su cita. Miguel se sintió feliz al saber que sus padres querían volver al caserón de la montaña. Cuánto echaba de menos esas noches junto a su amiga...
Llegaron un domingo por la tarde. La madre de Nashira fue, como el año anterior, quien les abrió la puerta. Miguel, que no podía esperar ni un segundo más, le preguntó dónde estaba su hija. Por la mejilla de la buena mujer corrió entonces una lágrima. Los invitó a pasar. Sentados en los viejos muebles de madera, Miguel y sus padres escucharon...
–Nashira se llamaba María. Fue siempre una niña llena de vitalidad, alegre y risueña. Hace poco más de un año, sin embargo, descubrimos que estaba enferma, gravemente enferma. Le quedaban pocos meses de vida y todo era ya irreversible. Ella lo aceptó con naturalidad. Desde que lo supo, se reía con más fuerza y vivía más alegre. Eso nos dejaba desconcertados. Siguió haciendo las mismas cosas de siempre y disfrutaba más que nunca contemplando estrellas. Ella... nos dejó al empezar la primavera. Y lo hizo con una sonrisa.
Miguel sintió deseos de que se hundiera el mundo bajo sus pies. ¿Cómo era posible que aquella niñita que le había insuflado vida por los cuatro costados lo hubiera hecho sabiendo que a ella ya le quedaba muy poca? No podía creerlo.
Aturdido, nervioso, incapaz de comprender, sólo supo correr hacia el arroyo y sentarse a llorar bajo aquel árbol que tan bien conocía. Era ya de noche y el firmamento lucía en todo su esplendor. Así pasaron horas. Sus padres, preocupados, lo contemplaban desde la distancia.
Al día siguiente, Miguel volvió a aquel mismo rincón. Triste, pero calmado, empezó a recordar qué le había dicho Nashira la primera noche que se encontraron. Se esforzó en escuchar el silencio y, poco a poco, fue imaginando que su amiga seguía a su lado. De repente, reparó en un recoveco que la naturaleza había horadado en el tronco del árbol. Introdujo su mano en él y encontró, para su sorpresa, una cajita. Al abrirla y ver lo que contenía, rompió a llorar. En ella, alguien había dejado un ramito de margaritas, un ramito como el que él no se había atrevido a entregar. A su lado, reconoció el mismo papel delicado y artesano en el que había recibido el último mensaje de Nashira. Las letras góticas trenzaban estas palabras:

«Sonríe, como si tus labios se fueran a sellar.
Canta, como si tus cuerdas vocales estuvieran a punto de consumirse.
Escucha, como quien nunca tiene prisa por responder.
Goza, como quien no teme lo que vaya a venir después.
Siente, como quien sabe que no pierde nada por sentir.
Perdona, como si ya no fueras a tener otra oportunidad.
Ama, como si tu corazón no pudiera aguantar sin darse entero.
Y entrégate, como si mañana fuera el último día.»

Miguel lloró, amó y soñó. Cayó la noche y recordó de súbito que Nashira significaba «portadora de buenas noticias». Buscó en el cielo la estrella de su amiga, buscó la suya propia y, atónito, descubrió que las dos eran la misma.

A.
junio de 2004

CRÓNICA DEL VIERNES 29 DE JUNIO

Parece un día más, pero no lo es.
Es un día menos para volver a casa y un día más de campamento. Aunque cansados, contentos.
Y en el campamento aún hay que hacer muchas cosas. Disfrutar es la primera.
Y la segunda, organizar todo el material, las maletas, las habitaciones para nuestra marcha de mañana.
Y la tercera: mirar bien el paisaje que nos rodea y respirar hondo aire puro, que la vuelta a la ciudad nos va a traer humos vario.
Y por supuesto, la fiesta final.
Presentación del grupo de colaboradores-animadores de la fiesta.
Cada grupo ha preparado una actuación, teatro o baile.
Y después todos juntos a saborear bachata "ahí va la loca" y bailes ochenteros, entre ellos y los de más éxito: la yenca, A quién le importa.
Y no sólo ha sido una fiesta más, sino la de demostración de que podemos hacer cosas juntos, trabajar juntos, convivir juntos compartiendo comedor, habitación, ducha y mesa durante 8 días.
Nos echaremos de vuelta al volver, seguro que si.

CAMPAMENTO 2008

A continuación os ponemos lugares posibles para campamento que nos han gustado y que tienen posibilidades de excursiones, recorridos por la zona, recursos naturales, etc.

CASAS DE LUGUEROS:
a 15 kilómetros de la Vecilla. Podéis ver en el enlace directo aquí:
www.casasdelugueros.com
Aquí podéis ver todas las fotos:
http://www.toprural.com/ficha/tiovivo.cfm/ids/17559/idf/96674/

en la visita nos gustaron mucho todas las instalaciones. Son totalmente nuevas, adaptadas, las casas reunen condiciones, el exterior tiene una campa muy grande para hacer juegos y muchas actividades.El paisaje es maravilloso y el lugar tiene posibilidades, excepto piscina, pero el entorno merece la pena, bajo el punto de vista de las dos personas que visitamos el lugar en estos días. Ahora en septiembre le haremos una propuesta económica y según veamos, tendremos que buscar recursos durante todo el año para hacerlo posible.


CENTRE ESPLAI
Delta del Llobregat
http://www.esplai.org/centreesplai/es/sant_cosme2.asp

Es la Fundación con la que CAJE tiene convenio para los seguros de accidentes, responsabilidad civil, formación y apoyo tecnológico. Es una fundación muy completa y competente y acaba de inaugurar dentro del Centro Esplai un albergue en muy buenas condiciones.
http://www.esplai.org/centreesplai/es/fotos.asp aquí podéis mirar las fotos de las instalaciones

Nos gustaría que nos diérais opiniones o que si conocéis algún lugar interesante, asequible y localizado, pues que nos lo contéis aquí.

Muchas gracias